«Ninguno ha creído a Sócrates hasta morir por su doctrina; pero, por Cristo, hasta los artesanos y los ignorantes han despreciado, no sólo la opinión del mundo, sino también el temor de la muerte".
Son palabras de san Justino, filósofo que vivió a mediados del s. II y que se convirtió al cristianismo. Las dice en su Apología, su defensa racional de la fe que abrazó.... y por la murió, mártir, dando así el supremo testimonio de su creencia... de la fe que le valía su creencia, más que su propia vida. La palabra mártir significa significa, precisamente, testigo, testimonio.
(El cristianismo considera que el martirio es un don del Espíritu Santo: nadie puede, por sus solas fuerzas, dar su vida por la fe en Dios).
De todos modos, Sócrates sí murió por la verdad, como bien sabía san Justino. Y tantos otros, por una causa justa, que no es otra cosa que un ideal que de considera verdadero: de una bondad sólida y duradera.
Todo eso se por de manifiesto en una huelga de hambre. Jamás un animal la hará. Ni tampoco un hombre, si la causa no lo vale.
Digo esto porque ahora, ¿por qué —por quién, para quién— estaríamos dispuestos a morir? Los hombres somos y seremos así. Es nuestra última manera de afirmar que no somos aglomeraciones de átomos, cosa solo material. Algo nuestro esquiva las barreras de lo temporal y meramente físico.
Benedicto XVI, bastantes siglos más tarde, insiste:
“En una sociedad donde no hay algo por lo que valga la pena morir, tampoco hay nada por lo que valga la pena vivir.”
Esa es otra de las cosas buenas del cristianismo: da algo por lo que morir, porque es algo por lo que vivir, Alguien por quien vivir, Alguien que te dio la vida como don.
Siempre es un placer leerte, Jose. #!
ResponderEliminarAhora ya sé quién eres, máquina #!
EliminarGracias
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