Ir al contenido principal

¿Cómo abordar los problemas?

Lo bueno de ser cristiano es, también, que muchos hombres lo han sido antes. Y algunos han acertado en su vivir. Podríamos remontarnos a los primeros siglos, por tanto, pero bastará retroceder unos pocos años para ofrecer una receta de Joseph Ratzinger, antes de que fuera Benedicto XVI. 

En una entrevista que acabó formando un libro muy recomendable -Dios y el mundo-, le preguntaban lo siguiente: 

¿Cómo aborda personalmente los problemas (presuponiendo que los tenga)?

Quisiera hacer una aclaración antes de escribir su respuesta. Solo tiene el valor humano que le da su sabiduría y experiencia personal, impregnada, eso sí, de un cristianismo vivido. No es, claro está, dogma de fe, sino aprovechamiento posible de una cierta autoridad humana. Ahí va:

¿Cómo no iba a tenerlos? Por una parte, intento introducirlos en la oración y afianzarme en mi interior. Por otra, procuro ser exigente, consagrarme de verdad a una tarea que me exija y al mismo tiempo me agrade. Y por último, reunirme con los amigos me permite olvidarme un poquito de lo que siempre está ahí. Estos tres componentes son importantes. 

Ponerlos en manos de Dios y dejar que ese Dios me afecte, me afiance. Trabajar de verdad. Y acudir a los demás, que la amistad ayuda. Suena bien todo, salvo que lo primero -rezar- no es sencillo. El entrevistador va directo al grano en su siguiente pregunta:

Yo creo que en algún momento todos estamos cansados, y destrozados, y sin fuerzas, y desesperados, y furiosos por nuestro destino, que parece completamente torcido e injusto. Usted hablaba de introducir los problemas en la oración, ¿eso cómo se hace?

De nuevo, y es algo que sucede a lo largo de todo el libro muchas veces, Ratzinger responde con mansedumbre intelectual: con realismo, con amplitud. Sabiendo que no todo se cuadricula: con un "quizás". Es llamativo cuántas veces enfría el fervor del converso con el que habla el entrevistador. Algo que, por cierto, pocos habrían pensado que hiciera el mal supuesto panzer Ratzinger. La firmeza que se le suponía siempre la tenía cuando había que tenerla y en lo que había que tenerla: en la defensa de lo no mudable del depósito de la fe, y no en cosas abiertas, opinables y sanamente diversas. Aquí va una: ¿cómo rezar?

Quizá haya que empezar como Job. Primero, por ejemplo, hay que gritarle en tu interior a Dios, decirle sin rodeos: « ¡¿Pero qué estás haciendo conmigo?! ». Pues la voz de Job sigue siendo una voz auténtica, que también nos dice que tenemos esa posibilidad -y que tal vez incluso debamos utilizarla-. A pesar de que Job se mostró ante Dios realmente quejumbroso, al final Dios le da la razón. Dios dice que ha hecho bien, y que los demás, que lo han explicado todo, no han hablado bien de Él.

Job se enzarza en una lucha y enumera sus quejas ante Él. Poco a poco va oyendo hablar a Dios, las cosas cambian de rumbo y se ven bajo otra perspectiva. Así salgo de ese estado de tortura y sé que, aunque en ese momento no pueda entender que Él es amor, puedo confiar sin embargo en que todo está bien como está.

Dejemos al entrevistador seguir adelante en su provocación literaria:

Acaso deberíamos simplemente manejar con más rigor los problemas, no permitirlos en absoluto.

Ratzinger responde con un realismo que puede ser tomado por sabio, por prudente, a la que suma el testimonio de otros, como Séneca:

Los problemas existen. Determinadas decisiones, el fracaso, las tiranteces humanas, las decepciones, todo eso te afecta y además así debe ser. Pero los problemas también tienen que enseñarte a elaborar esas cuestiones. Rodearse de una coraza de acero, hacerse impenetrable, implicaría una pérdida de humanidad y de sensibilidad, incluso para con los demás. El estoico Séneca dijo: «La compasión es algo abominable». Por el contrario, si contemplamos a Cristo, Él es el que compadece, y eso nos lo hace valioso. La compasión, la vulnerabilidad también forman parte del cristiano. Hay que aprender a aceptar las heridas, a vivir herido y a encontrar finalmente en ellas una salvación más profunda.

Para acabar, añadiremos una última pregunta, muy interesante e imprescindible: 

Muchos sabían rezar de pequeños, pero en cierto momento lo olvidaron. ¿Hay que aprender a hablar con Dios?

Ratzinger se permite ser original en su exposición porque sabe bien de qué habla. Solo quien sabe puede buscar modos de expresión que ayuden a otros a entender:

El órgano de Dios puede atrofiarse hasta el punto de que las palabras de la fe se tornen completamente carentes de sentido. Y quien no tiene oído tampoco puede hablar, porque sordera y mudez van unidas.

Es como si uno tuviera que aprender su lengua materna. Poco a poco se aprende a leer la escritura cifrada de Dios, a hablar su lenguaje y a entender a Dios, aunque nunca del todo. Poco a poco uno mismo podrá rezar y hablar con Dios, al principio de manera muy infantil -en cierto modo siempre seremos niños-, pero después cada vez mejor, con sus propias palabras.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Iglesia: ¿adaptarse o morir?

¿Por qué "adaptarse o morir" es cierto en referencia a la Iglesia, pero en el sentido menos habitual o esperado? Porque —respondamos cuanto antes— es verdad que hay que adaptarse o morir. Pero quien debe adaptarse es el mundo a la Iglesia. Y no la Iglesia al mundo. Ahora solo falta explicar a qué nos referimos con "la Iglesia" y con "el mundo". Y, si se me apura, con "adaptarse".  Vamos primero a por lo tercero. Adaptarse. Ese verbo proviene de "ad-aptare" y significa tender a unirse con algo para funcionar. Es el proceso de cambio de una cosa para unirse con otra y así llegar a un bien. Solo en la unión perfecta funcionan dos cosas o las dos piezas de algo. Si un pez no se adapta al tipo de agua, muere. Si un hombre vive en un lugar en que escasea el oxígeno, lo mismo. Las cosas son como son. A veces, ese "son como son" incluye un margen, pero eso no cambia el hecho de que son como son. El ser humano habla, pero no hay un i

¿Algo por lo que (para Quien) morir?

 «Ninguno ha creído a Sócrates hasta morir por su doctrina; pero, por Cristo, hasta los artesanos y los ignorantes han despreciado, no sólo la opinión del mundo, sino también el temor de la muerte".  Son palabras de san Justino, filósofo que vivió a mediados del s. II y que se convirtió al cristianismo. Las dice en su Apología , su defensa racional de la fe que abrazó.... y por la murió, mártir, dando así el supremo testimonio de su creencia... de la fe que le valía su creencia, más que su propia vida. La palabra mártir significa significa, precisamente, testigo, testimonio.  (El cristianismo considera que el martirio es un don del Espíritu Santo: nadie puede, por sus solas fuerzas, dar su vida por la fe en Dios).  De todos modos, Sócrates sí murió por la verdad, como bien sabía san Justino. Y tantos otros, por una causa justa, que no es otra cosa que un ideal que de considera verdadero: de una bondad sólida y duradera. Todo eso se por de manifiesto en una huelga de hambre. Jamás

Las milésimas y los errores (Campeonato europeo de atletismo)

Se acaba hoy, el campeonato.  Pero hace unos días, leyendo el diario, vi esta primera imagen, e hice un pantallazo para comentar algunas cosas sobre el cristianismo.  No es ser muy original, porque el deporte —y el atletismo, en concreto— sirvieron a San Pablo, el apóstol de las gentes, para ilustrar sus explicaciones de algunos aspectos importantes de la vida de los cristianos. (Añado aquí un enlace con algunos). Así, en la primera carta a los cristianos de Corinto —allí sabrían de qué hablaba cuando se refería a los eventos deportivos—, les escribe: ¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo desc