Se acaba hoy, el campeonato.
Pero hace unos días, leyendo el diario, vi esta primera imagen, e hice un pantallazo para comentar algunas cosas sobre el cristianismo.
No es ser muy original, porque el deporte —y el atletismo, en concreto— sirvieron a San Pablo, el apóstol de las gentes, para ilustrar sus explicaciones de algunos aspectos importantes de la vida de los cristianos. (Añado aquí un enlace con algunos).
Así, en la primera carta a los cristianos de Corinto —allí sabrían de qué hablaba cuando se refería a los eventos deportivos—, les escribe:
¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis!Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible.Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío,sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado" (1 Cor 24-27)

Primero. En la foto, se aprecia el gran esfuerzo de Asier Martínez, el campeón. La instantánea se hizo al final de la carrera. Ahí es donde se decide la suerte final del corredor. Estuvo corriendo 13140 milésimas de segundo, y solo le sacó 1 de ellas al segundo hombre. Eso es un escasísimo porcentaje. Pero a nadie con cerebro se le ocurre decir que, por mucho que allí se acabe la carrera, no tiene importancia nada más que eso. Probablemente, si llegó a ganar, fue porque empezó bien. O porque no empezó bien pero remontó más que bien. El pasado es el que es. El futuro lo escribimos nosotros... con la ayuda amorosa de Dios. Dicho de otro modo: la vida es lucha ante los ojos cariñosos de Dios. Lucha deportiva: lucha con objetivo: recibir un premio de manos del Padre de uno. Lucha y regalo. Don y tarea. Ese binomio tan clásico.
Segundo. A diferencia de lo que ocurre con esos 110 metros vallas, nosotros no sabemos cuándo va a acabar la carrera. La muerte es, como decían los clásicos, cierta e incierta a la vez: vamos a morir, pero no sabemos cuándo ni cómo. Lo que sí sabemos, porque Él mismo se ha revelado así, es que Dios no es un cazador que espera el peor momento para cazar a su presa, sino un jardinero amoroso que corta la rosa en su mejor momento. Esta imagen la usa san Josemaría. Aquí, otras de sus ideas sobre la muerte.
Tercero. Lo que me llamó la atención sobre la foto no fue la foto, sino la explicación: ganó por menos de una milésima. Es llamativo el nivel de pequeñez que importa. Lo mismo que en la moral: la bondad suele estar en algo mínimo, en algo que pasa inadvertido a los ojos de los demás.
De todos modos, después de leer le eché un vistazo a la foto otra vez. Y entonces sí que me llamó la atención una cosa. A la izquierda de la foto, un hombre ha tropezado y su carrera se ha acabado ahí. Al menos, su sueño de ganarla. No sé ni quién es. Un caído anónimo. Tantas horas de preparación para que en un momento malo, un traspiés lo lleve a probar el duro suelo. Hay quien se equivoca. Hay quien fracasa en su vida... y se da cuenta al final de sus días. Eso es una bendición de Dios, según el propio cristianismo: la esperanza es lo último que se pierde. Mejor dar un volantazo al final que tener el accidente definitivo. Como recuerda tantas veces el papa Francisco, lo importante no es no caer —cosa imposible sin la ayuda de Dios— sino no quedarse caído: levantarse una y cien veces; cada día, si es preciso. Algunos cristianos pueden mostrarse apesadumbrados al comprobar esa situación: tantos años luchando y este, que ha sido un hombre injusto, se salva al final.
Ahí hay varios errores graves. El primero, juzgar a los demás. Es segundo, hablar de que "se salva": solo Dios salva. A todos. Incluso al que cree que es su vida virtuosa la que le salva. Para que quede más claro, añado aquí un fragmento de una parábola donde Jesús explica algo de esto, aunque tal vez se le tenga que dar más profundidad a su lectura. Está en el capítulo 20 del evangelio de San Mateo:
«En efecto, el Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo." Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: "¿Por qué estáis aquí todo el día parados?". Le dicen: "Es que nadie nos ha contratado." Les dice: "Id también vosotros a la viña." Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: "Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros." Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno.Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor." Pero él contestó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?". Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.»"
La primera está, curiosamente, entre paréntesis. Dice el texto:
"Cuando le salía mal una vasija de barro que estaba torneando (como suele ocurrir al alfarero que trabaja con barro), volvía a hacer otra vasija, tal como a él le parecía".
Me hizo gracia el realismo de la Biblia a la hora de hablar de los errores. No hay nada de extraordinario en equivocarse. En una época en que toda imperfección o fallo se intenta disimular, no nos viene mal este recordatorio.
La segunda lección está en la que da Dios con esta imagen del alfarero:
Lo mismo que está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano
Somos barro —"polvo serán, pero polvo enamorado", dirá Quevedo— en sus manos. Y barro libre. La contradicción no existe. Es una paradoja, eso sí: parece que no se puede ser libre y estar en manos de Dios a la vez. La providencia es eso: el cuidado amoroso con que Dios guía nuestras vidas, teniendo en cuenta nuestra libertad. Sobre este binomio —dos caras de una moneda— se ha escrito mucho. Citemos, para acabar sin abundar mucho más, a San Agustín, el campeón de la libertad, en sus Confesiones:
Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti.
Comentarios
Publicar un comentario